Holystic ProÁfrica organizó el miércoles 16 de junio la charla-coloquio ‘Crisis Humanitaria en Tigray: claves para entender el conflicto etíope’, un encuentro celebrado en el Museo Africano de Madrid en el que participaron Pablo Llanes, presidente de la ONG española; el misionero en Tigray Ángel Olaran; la cooperante e integradora social Maider Arostegi; y el coordinador de emergencias de Médicos Sin Fronteras en Tigray, Tommaso Santo.
El motivo de la charla, que se retransmitió en directo a través del canal de Youtube de Holystic ProÁfrica, era el de arrojar luz acerca del conflicto bélico que estalló el 4 de noviembre de 2020 en la región de Tigray, en el norte de Etiopía, cuando el primer ministro etíope Abiy Ahmed anunciaba la intervención militar de las tropas federales en Tigray. Ahmed, Premio Nobel de la Paz en 2019, acusó al Frente de Liberación Popular de Tigray -el TPLF, por sus siglas en inglés, es el partido que gobierna esta región- de haber atacado una base del Ejército federal para intentar robar equipo militar, provocando “numerosos muertos, heridos y daños materiales”.
Desde entonces, y aunque Ahmed dio por concluida la ofensiva el 28 de noviembre, fecha en la que el ejército etíope llegó hasta Mekelle, la capital de Tigray, la lucha persiste y las consecuencias de la guerra se traducen en miles de personas fallecidas, millones de desplazados y ciudades y pueblos devastados. Se investigan crímenes de guerra y de lesa humanidad en una contienda sobre la que es difícil informar debido al control sobre las comunicaciones por parte del Gobierno federal, y la ONU alerta de una situación de hambruna preocupante que afecta a más de 5,2 millones de personas -el 91% de la población de Tigray-.
“Ninguno nos esperábamos esta guerra. Todavía no me lo explico ni llego a comprenderlo”, dijo al comienzo de la charla Pablo Llanes, fundador de Holystic ProÁfrica. La ONG que preside Llanes desarrolla la mayor parte de sus proyectos de fisioterapia pediátrica, deporte y salud en Wukro, una ciudad situada a 50 kilómetros de Mekelle. “En los 12 años que llevo viajando a Tigray, el cambio ha sido a mejor. En Wukro antes había casas de una sola planta y ahora hay edificios enormes, se había conseguido escolarizar a muchos niños, ya no se veían tantos puestos donde se daban harinas y compuestos para niños que estaban realmente delgados…”, añadió.
Durante su primera intervención, el misionero de los Padres Blancos en Tigray, Ángel Olaran, se sinceró: “Desde que me levanto hasta que me acuesto mi vida está allí”. Olaran viajó a España a finales de octubre de 2020 con motivo de una operación y, desde el inicio del conflicto, todavía no ha vuelto a Wukro, ciudad en la que reside desde hace 28 años en la Misión Saint Mary.
“Lo que yo he visto es como un país de hadas”, respondió el misionero a la pregunta de si en Tigray había percibido odio entre las diferentes etnias etíopes, uno de los motivos que está originando tanta devastación durante el conflicto. Además de negar ese sentimiento de odio racial, Olaran comentó cómo siempre había percibido una buena relación entre tigriños y eritreos -los soldados eritreos luchan en el bando del Gobierno etíope-. A lo lo largo de su intervención, el sacerdote hizo una retrospectiva histórica de la situación socio-política en la región durante las últimas décadas y explicó la labor que realizan desde la misión.
Por su parte, la integradora social vasca Maider Arostegi, que se fue a vivir a Wukro en febrero de 2020 para crear un aula de atención y desarrollo para niños con discapacidad intelectual en la misión de Saint Mary, relató cómo vivió la madrugada del 4 de noviembre, cuando empezó la guerra. “Era un martes. Nos metimos en la cama y a la una de la madrugada empecé a escuchar tiros y bombas a lo lejos… Miré el teléfono y me di cuenta de que no tenía internet ni cobertura”, relata Arostegi. Al día siguiente, no pudieron trabajar porque estaba todo parado. Luego, empezó un poco la normalidad, a pesar de que no cesaba el sonido de las bombas.
Sin embargo, el jueves, la cooperante vasca escuchó a una persona decir que estaban en guerra y todo se aceleró. Las tropas etíopes se fueron acercando a Wukro, el TPLF lanzaba misiles para defenderse, hasta que comenzaron a caer bombas y misiles sobre el cielo de esta localidad de Tigray. Arostegi permaneció escondida en la misión durante once días, escuchando cómo caía la metralla en el tejado, hasta que llegó la ocupación del ejército eritreo. “Cuando salí a la calle me quedé flipada. Los eritreos saquearon y destrozaron la ciudad. No había nadie en la calle, todo el mundo había huido al monte”. En los días posteriores, trató de seguir ayudando a las familias y niños a los que ayudaban en la misión, así como a un grupo de niños huérfanos.
Durante varias semanas, su familia y conocidos vivieron con preocupación el devenir de la guerra ante la falta de noticias e incomunicación por el corte de las comunicaciones. Los medios alertaron de que se encontraba en paradero desconocido. Finalmente, consiguió contactar con su familia y pudo regresar a España en enero de 2021. “Yo tuve la suerte de escapar, pero fue muy duro tener que salir de allí. Es como que les fallas… Allí tu vida o la de un perro vale lo mismo. Hay casos de violaciones en grupo, a una niña de ocho años, pero también a dos monjas… En este momento es la ciudad sin ley”, aseveró Arostegi con cierto sentimiento de impotencia.
En representación de Médicos Sin Fronteras (MSF) intervino como ponente Tommaso Santo. “Hasta el 80% de la estructura sanitaria de Tigray dejó de funcionar al haber sido destruida o saqueada, y esto tiene un impacto brutal en los heridos de guerra, pero también en personas con enfermedades crónicas como diabetes, sida o tuberculosis, que necesitan seguir con su tratamiento”, explicó el coordinador de emergencias la ONG humanitaria en Tigray.
MSF opera esta región etíope desde el inicio de la guerra y su trabajo ha evolucionado según las fases del conflicto. Su labor principal ha sido la de sostener gran parte de esa infraestructura de atención primaria destruida a través de clínicas móviles, así como atender en los hospitales de primer y segundo nivel en ciudades como Mekelle, Adua, Akxun, Adigrat o Shire. También están presentes en campos de desplazados y han enviado ambulancias. “De las 300 o 400 ambulancias que había en Tigray, una región que tenía uno de los mejores sistemas sanitarios de Etiopía, y casi de África, la mayoría fueron secuestras para fines militares y tan solo quedaron 30 o 40”, subrayó Santo.
“Estamos viendo un aumento de casos de salud mental. Llevaban años de paz y la población no está preparada para hacer frente a esta exposición de violencia”, apuntó el miembro de MSF España. Una violencia que no solo se ha visto reflejada en miles de fallecidos y heridos, sino también en “un pico alto de casos de violencia sexual”.
El periodista que moderó el encuentro, Juan Calleja, explicó cómo los medios de comunicación estaban teniendo muchas dificultades para informar desde que estalló la guerra. Mencionó uno de los casos más sonados, el del colaborador de The New York Times y Bloomber, Simon Marks, a quien el pasado mes de mayo le suspendieron la acreditación de prensa acusado por la Autoridad de Radiodifusión de Etiopía (EBA) de “falta de imparcialidad” y de difundir “noticias falsas”.
Al apagón de las telecomunicaciones al inicio del conflicto, se suma el control del acceso a la región. Uno de los primeros fotoperiodistas del mundo en cubrir la guerra desde Tigray fue Eduardo Soteras, colaborador de Agence France-Presse (AFP). Calleja presentó una selección de fotografías cedidas por Soteras para mostrar durante la charla. Un recorrido para conocer la guerra desde dentro; desde imágenes de supervivientes de la masacre de Mai Kadra, una de las más sangrientas del conflicto, hasta de desplazados en el campo de Chagni, en el noroeste de Etiopía.
Al final de la charla, cada uno de los ponentes comentó su visión acerca de la crisis humanitaria y el conflicto que ensombrecen el norte de Etiopía. Los cuatro coincidieron en que no se sabe cuándo llegará la paz y que la inseguridad alimentaria sigue agudizándose. “Ahora la gente tiene hambre. Con un euro puede comer una persona al día”, concluyó el misionero Ángel Olaran, dejando claro que lo mejor que se puede hacer desde fuera es apoyar económicamente a aquellos sufren una guerra que nadie vio venir.
- Debajo, puedes ver el vídeo completo de la charla-coloquio.