El pasado 4 de noviembre, el Primer Ministro etíope y Premio Nobel de la Paz en 2019, Abiy Ahmed, declaró la guerra al Frente de Liberación del Pueblo Tigray (TPLF), el partido que gobierna la región del Tigray, en el norte de Etiopía.
Ahmed acusó al TPLF de haber atacado una base del Ejército federal con la intención de robar equipo militar. Por su parte, el presidente del Tigray, Debretsion Gebremichael, aseguró que el Gobierno etíope se inventó el ataque para justificar la operación militar.
Desde entonces y hasta el 28 de noviembre, día en el que Nobel de la Paz anunciaba el cese de hostilidades tras llegar hasta Mekele, la capital del Tigray, las comunicaciones por tierra y aire, así como vía satélite o por Internet, siguen cortadas. El bloqueo informativo y la prohibición del Gobierno para acceder a la región hacen muy difícil estimar el número de muertos civiles y los daños causados hasta el momento. Por otro lado, todo apunta a que no hay un cese de hostilidades definitivo puesto que Gebremichael y la junta de la guerrilla del Frente de Liberación del Pueblo Tigray (TPLF), probablemente han huido al romper el cerco militar, según informa El País.
Algunos medios como The New York Times apuntan a que la guerra se ha cobrado decenas de muertos y cientos de heridos; otros, como Reuters, estimaban miles de fallecidos. Cuando las Naciones Unidas (ONU), las ONG y los medios puedan acceder a la zona en conflicto, se comenzará a saber la dimensión de la tragedia. Lo que sí se sabe con certeza es que más de 47.000 refugiados etíopes han huido a través de la frontera con el Sudán y, según el Programa Mundial de Alimentos (PMA), alrededor de 96.000 refugiados eritreos alojados en campamentos en Tigray se han quedado esencialmente sin alimentos. En total, cerca de dos millones de personas necesitan asistencia en Tigray y sus alrededores, con un millón de desplazados debido a los combates, según las estimaciones de la ONU.